Gonzalez nunca había tenido suerte con las mujeres.
Cuando conoció a Marta tenía 35 años, y tal vez debido a su profunda timidez y a cierto moralismo inculcado durante la infancia, había llegado intacto al matrimonio. El noviazgo fue corto. Atrapado por las recién descubiertas mieles de la lujuria, no dudó en poner la firma; su prometida era una muchacha que estaba llegando a los treinta, y si bien no era bella en el sentido clásico de la palabra, lo compensaba con lo que Gonzalez juzgó como un temperamento determinado y fogoso.
Sin embargo, poco fue lo que duró la felicidad conyugal. No había pasado un mes desde la boda (y de la tibia luna de miel en Córdoba), cuando descubrió que su flamante mujer lo engañaba con otro.
Su falta de carácter y el miedo al rídiculo evitaron el escándalo; Gonzalez cedió a los ruegos y las lágrimas de la adúltera y la pareja siguió adelante. Podría suponerse que la situación le daría alguna ventaja al pobre hombre, pero fue en cambio su mujer quien le perdió el poco respeto que le quedaba debido a su cobardía y a su carácter manso.
El tiempo siguió su curso, y como suele pasar en esta vida, la rutina se fue acomodando para ambos. Tuvieron dos hijos varones (ninguno de los cuales tenía el más leve parecido con su padre), Marta se fue convirtiendo poco a poco en una matrona gruesa y un tanto agria, y Gonzalez, en tanto, se fue haciendo invisible. No en el sentido literal de la palabra, claro, sino que gradualmente dejó de opinar, sugerir o intervenir en cualquier asunto familiar. Sus días pasaban en una oscura oficina que detestaba, pero que le daba la posibilidad de hacer horas extras y de estar el menor tiempo posible en su casa. Su vida marital se había reducido en los últimos años a compartir el lecho conyugal y nada más, y él era demasiado temeroso para tener una aventura por afuera del matrimonio. Sus hijos, por otro lado, lo miraban con el mismo aire de superioridad que su mujer, le resultaba curioso el hecho de encontrarlos tan distintos a si mismo, y hasta tan diferentes entre si.
La vida de Gonzalez hubiera seguido su insignificante curso de no ser por un acontecimiento que podríamos considerar extraordinario. El 14 de Febrero de 2009, el día de San Valentín, Marta salió de compras por la mañana, y volvió al hogar entrada la tarde, con visibles muestras de embriaguez y perfume barato de hombre emanando de sus temblorosas carnes.
Gonzalez, rojo de pudor y verguenza, la cuestionó inquisidoramente, para solo obtener una risa obscena y derogatoria de parte de su esposa.
Esa noche, esperó a que se durmiera y se acercó a la cama. Observó la masa informe debajo de las mantas, sintió el aliento a cebollas y vino barato, y escuchó los ronquidos a los que ya se había acostumbrado después de tantos años. Se dió cuenta en ese instante de que la odiaba con toda su alma.
Fue un solo acto el ir a buscar el revolver que guardaba en el closet, y el hacer un desastre en las tres habitaciones. La Policía, alertada por los vecinos, lo encontró sentado en un sillón con la mirada perdida, fumando un cigarro, y cubierto de sangre de los pies a la cabeza.
Esa madrugada, Gonzalez durmió en un calabozo, su espíritu libre y en paz, como no recordaba haberlo hecho antes.
Dormía, por primera vez en su vida, el sueño de los justos.
lunes, 16 de febrero de 2009
Rojo Sangre
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
10 comentarios:
Me hizo acordar al caso del odontólogo Barreda, en Argentina...
"Emplomaduras método V. Sarrasqueta" podía leerse en la pared del frente de la casa del Dr. R. Barreda. Y su descargo frente al juez fue "no quedaba otra".
Lo ten,ian harto esas brujas!
"clóset"??? y eso qué es???? En el màs puro castellano solemos decir "placard" :-)
;) Sangriento el cuento , esta bueno
Muy Bueno..
Al igual que todos los anteriores
Saludos
Barreda terminó siendo un ícono en Argentina!
Cierto Mordi lo de "closet", uno termina incorporando palabras de uso cotidiano (ej: lunch) al idioma. Ahora entiendo que "placard" es frances, no? Que pongo, "ropero"? :)
Gracias Walter y Felipe.
Saludos.
Dejà "closet", le da un toque màs personal al relato.
Lo de "placard" fue como homenaje implícito a Mafalda. Cuando su mamà le explicaba que "la sala" era "el líving", Mafalda se quejaba de que su libro de lectura no estuviera escrito en castellano.
En inglés también existe "placard" (pronunciado "plàcard"), pero debe sonar medio vieja esa palabra.
Hola Ale
Muy bueno este cuento también.
Besos
Gracias Lore! Que bueno tenerte de vuelta :)
Alguien vio a La Chiffre? Me preocupa su ausencia.
Publicar un comentario