Sintió que tenía fuerzas suficientes para intentarlo una vez más. El útimo mes había sido especialmente difícil, le había costado mucho retomar el control de sus extremidades y luchar contra la maldita somnolencia, seguramente le estaban dando algo para tenerlo quieto, no encontraba otra explicación. Pero ahora estaba alerta; con no poco esfuerzo había logrado en los últimos días mantenerse despierto por períodos cada vez más largos.
También entendía en parte, después de meses en cautiverio, el idioma de sus enemigos; odiaba en particular la voz del hombre que solo se acercaba para gritarle o para reírse como un idiota; pero que afortunadamente solo escuchaba de tanto en tanto.
Su memoria era otro problema, no lograba recordar quién era ni como había llegado allí, ni siquiera la imagen de su rostro, ya que lo tenían encerrado en un sitio absolutamente oscuro y alejado del ruido; todo lo que llegaba a sus oídos se sentía apagado y distorsionado, a excepción de la rítmica maquinaria que martillaba su cerebro día y noche, y que sospechaba, era un instrumento de tortura.
Lo único que lo mantenía cuerdo era su sed de venganza, un pensamiento recurrente y obsesivo que solo abandonaba por instantes para escuchar, pegado a la pared húmeda, los planes de sus captores. Sabía que algo fuera de la rutina estaba sucediendo, podía percibir la agitación que se estaba viviendo afuera de su celda, y en las últimas horas, la voz del hombre se había hecho casi constante, prácticamente impidiendole el sueño.
Temía que finalmente lo movieran a otro sitio y acabaran con él, y por eso planeaba escaparse tan pronto como se hiciera silencio, todavía no sabía como, pero lo regocijaba la idea de enfrentar cara a cara a quienes lo habían abandonado a su suerte, los haría sufrir por cada segundo de angustia, de su ya prolongada agonía.
Sin embargo, no llegó a completar sus cavilaciones. Con terror sintió como las paredes comenzaban a cerrarse sobre su cuerpo, afixiándolo, mientras una fuerza descomunal lo succionaba y arrastraba, sin que nada pudiera hacer para defenderse. Y de pronto la luz, cegadora y cruel, y el frío, y el aire que llenó sus pulmones.
Y finalmente lloró, y sintió un deseo irrefrenable de volver atrás, pero no pudo.
Entre neblinas se miró las manos por primera vez, y los rostros de la mujer y el hombre que le sonreían. Y sintió un cansancio infinito.
Los planes de venganza podían esperar; después de todo, sabía sus nombres desde hacía algún tiempo atrás. Se hacían llamar Padre y Madre.
(Dedicado a Stewart Gilligan Griffin).